La política en tiempos del odio

Por Francisco Senegaglia.

Hace muchos años, cuando estaba en el seminario intentando ser cura, cayó en mis manos un librito pequeño, pero de excepcional frescura. “Cartas del diablo a su sobrino” de C. Lewis. Un libro escrito para entender la segunda guerra mundial. El diablo le enseña a su sobrino a embaucar a los hombres para perderlos; en una carta afirma categóricamente:“Conseguir el alma del hombre y no darle nada a cambio: eso es lo que realmente alegra al Infierno, y eso se hace dividiendo, y el corazón de la división es el odio”. De hecho, Diablo es una palabra derivada de un verbo griego (balein) que traducida significa lo que se arroja para separar. La contraria, símbolo, de la misma raíz, es lo que se arroja para estar juntos.

La patria, la comunidad, la identidad, la pertenencia se entraman en el universo simbólico de la cultura y la memoria; consecuentemente es el escenario que debe fracturar el enemigo para conseguir el alma de la comunidad. Y viene ganando por escándalo el odio entre nosotros, que impávidos contemplamos un desplazamiento de la ética política, a la estética política. A discutir personas y partidos, a acusaciones variopintas que trasvasan la vida privada, la familia, los amigos, la escuela, la calle. Las ideas y los valores, los compromisos y la coherencia se han diluido en un odio confeso sin fundamentos. Un odio que ha implosionado en el presente por que ha logrado implosionar en el pasado con una narrativa mentirosa y falaz. Una guerra de significantes acusatorios, significantes sin asidero, significantes desmemoriados construidos en las usinas del imperio para sostener su indeclinable coloniaje con nosotros, su patio trasero.

Y me duele infinitamente este coloniaje en nuestra provincia, este avasallamiento de nuestra riquísima identidad igualitaria y fraternal. Estos días las noticias de los cruces del radicalismo provincial con el pro, ponen en superficie estas contradicciones de las que los peronistas no estamos exentos. Porque el odio también obliga a definir donde estamos, con quien estamos y quienes somos. El radicalismo nació del repudio al orden liberal conservador de la generación del 80, nació del sueño de Alem de una patria de iguales, de ese Alem que escribió en su testamento:“¡Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!… Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente”. Irigoyen fue derrocado por el orden conservador que dio paso a la década infame, liberal, entreguista y pro inglesa que no le perdonó su populismo. Perón fue derrocado por la liberticida genocida que no le perdonó su populismo, su definición de patria como justicia social, soberanía; no le perdono la comunidad organizada y la defensa del interés nacional. ¿No es esto un desquicio? ¿No debemos todos aquellos que amamos la patria ir más allá de nuestras diferencias para defender el interés nacional, promover la justicia y no claudicar nunca ante la igualdad?

¡Y que queden expuestos los odiadores seriales y sus intereses entreguistas!

Al populismo le han endilgado la causa de todos los males… para esconder el entreguismo neo liberal. Los peronistas de verdad, los radicales de verdad, ¡somos orgullosamente populistas!

Yo crecí en mi Entre Ríos, y cuando pude caminar otras provincias descubrí con emoción que nuestros modos de encontrarnos y saludarnos eran distintos. Nosotros nos decimos hermano; che hermano tal cosa, gracias hermano… es un entrerrianismo maravilloso. Un entrerrianismo que viene en el ADN de nuestra memoria colectiva. Que viene de la gauchería legendaria donde eclosionó el sistema artiguista, de la independencia de la Liga de los Pueblos Libres que afirmaba frente al pabellón de la Patria “Diferentes pero iguales”. De esa gauchería que no tenía problemas de género, de raza, de religión, de condición social. De esa gauchería que puso los cimientos para que llegara una diversa inmigración y se sintieran como en su casa.

Entre Ríos tiene en la historia de Sur América ese galardón, rápidamente los inmigrantes fueron nuestros hermanos, fueron parte de nuestra historia y conformaron nuestra identidad, claro ejemplo son los gauchos judíos. Un pueblo de fuerte matriz fraternal, solidario y comprometido con esa franja rojo parda de nuestra bandera que nos habita en el alma y nos exige estar a la altura de la sangre derramada por nuestra libertad.

José Hernández, ese gran entrerriano por adopción, mano derecha de López Jordán afirmaba: si los hermanos se pelean, los devoran los de afuera. Lo repetimos hasta el cansancio, ¡es necesario vivirlo!

En el odio no hay destino para nadie, no hay comunidad, no hay Patria. El covid es un pequeño virus frente al odio que mata nuestra esencia, rompe los lazos sociales y destituye los valores que nos han constituido.

A los compañeros del peronismo, del radicalismo, a la comunidad toda, volvamos por nuestro dignísimo origen, no permitamos que nos usurpen nuestra identidad. Discutamos, batallemos sin odios, seamos dignos de la memoria de nuestros padres que descansan bajo nuestros pies y nos piden cordura, compromiso y amor a la patria por sobre cualquier interés.

¡Abrazo infinito hermanos!

¡Somos Entre Ríos!

Francisco Senegaglia